EN EL NOMBRE DE LACAN Y FREUD, EJERCICIOS HISTÓRICOS DE LECTURA PSICOANALÍTICA: 2. Freud: significa
- Eduardo Gomberoff
- 17 mar 2019
- 5 Min. de lectura
Freud como S1 (Significante primario) es momento fecundo, instancia de descubrimiento, aproximación máxima a lo real del objeto[1], cuasi prescindencia de la mediación simbólica, soledad del instante de ver, aquello que todavía no es concepto, aquello que no tiene nombre. Hasta Freud, el inconsciente no es. El descubrimiento no ha lugar, no ha sido dicho, no tiene palabra que le confiera racionalidad a eso que pudo conocerse hasta allí al menos como sub- consciente. Freud mismo es afectado por lo real, en tanto encuentro fallido concierne a lo que Lacan denomina deseo del analista[2], hace parte, además, del concepto de inconsciente. No alude, sin embargo, a una especie de revelación proveniente de un inconsciente desconocido y forzado a aparecer según el modo de una psicología de lo profundo. Consiste, más bien, en una creación de algo que no estaba, es efecto creacionista de un vínculo entre significantes. El inconsciente freudiano no es el sub- consciente de Janet, ni de Breuer, ni de Charcot, ni de la filosofía, es efecto y producto de una diferencia entre significantes, “allí donde digo más allá de mí”, no es más que un efecto estructural de las leyes del mismo lenguaje. Si estas leyes posibilitan el inconsciente freudiano, entonces, es en atención a lo Otro que el descubrimiento se hace posible. En tal contexto, a Freud no le corresponde la autoría de la doctrina del inconsciente, es más bien quien encarna, como fundador, el deseo del analista de psicoanálisis. El autor es siempre lo Otro, aquello que posee estructura inconsciente y que adviene como hipóstasis en un acto de fundación.
Freud quiso saber qué era eso que producía efectos legibles en el discurso de sus primeras pacientes histéricas. Descubrió por entonces, que eso habla siguiendo leyes provenientes del lenguaje, a esas leyes las llamó el “proceso primario”. Trabó contacto con una estructura articulada, el inconsciente, cuya función primordial consistía en trasponer el deseo al campo del lenguaje hasta hacerlo audible. En otras palabras, Freud halló la mediación para enfrentar eso real que lo acosaba y que concernía, ahora lo podemos decir, a su deseo de analista; el hallazgo le impedía el cierre del inconsciente; el inconsciente ostentaba una tal apertura que se ofrecía a su escucha en lo que hemos llamado momento fecundo de fundación. Lo inconsciente empieza por decirle algo a Freud, en su escucha, le habla, hace de Freud el fundador sin implicar la comparecencia de su persona, impregnación imaginaria bajo la cual tanto se ha impugnado. En consecuencia quiero decir que Freud deviene significante del psicoanálisis, efecto de una estructura que lo supera y que lo dice como fundador. El propio Freud (Freud, S. 1914) lo consigna refiriéndose a la interpretación de los sueños en su “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”: “Me fue dada como primicia después de que yo, obedeciendo a un oscuro presentimiento, me fue decidido a trocar la hipnosis por la asociación libre. Mi apetito de saber no iba dirigido de antemano a la comprensión de los hechos” (p.18)… Y más adelante: “Al principio advertí la naturaleza particular de mi descubrimiento... Aprendí a sofrenar las inclinaciones especulativas y atendiendo al inolvidable consejo de mi maestro Charcot a examinar de nuevo las mismas cosas tantas veces como fuera necesario para que ellas por sí mismas empezaran a decir algo… ”. (p. 21)
Si Freud es, en efecto, un significante, no es posible seguir sin más, los lineamientos - dígase contenidos - señalados por él. ¿Qué dijo realmente Freud? La pregunta está referida a un ideal hermenéutico que sacrifica la obra pretendiendo rescatar, con alguna pureza, lo dicho por el autor. Constituye ésta una ilusión identificatoria que el propio psicoanálisis contradice. El psicoanalista argentino Héctor López (1994) nos dice:
“La pretensión de interpretar a Freud autor es opuesta a todo lo que el psicoanálisis nos enseña, y a toda la estructura del lenguaje y la función del discurso. Desconoce en primer lugar, la apertura entre “el decir” y lo “dicho”, principio elemental de la escucha analítica.” (p.34)
Lo que Freud haya querido decir es precisamente lo real imposible que los significantes del texto no pueden reflejar, ni expresar. Lo dicho por Freud es el texto y Freud aquí, es el nombre del texto, no de su persona. Por eso decimos: Freud es un significante del psicoanálisis.
Sólo un rictus dogmático autoriza la vuelta a las fuentes a fin de reproducir un Freud idéntico a sí mismo. Se querría seguir las huellas del guía sin perder pisada. Lo que el psicoanálisis enseña, no obstante, dice relación con el borramiento de la huella, con la desaparición del nombre propio a fin de que el nombre simbólico - Freud como significante del texto - pueda constituirse con derecho pleno. Se trata de la muerte del padre como condición necesaria del advenimiento de su función simbólica. Hay que enmudecer a Freud para que la función simbólica de su nombre pueda rubricar una obra posible de ser leída, ya no desde el propio Freud, sino desde la estructura freudiana. La ortodoxia psicoanalítica sustrae del texto freudiano a cualquier intento de mediación, supone la coincidencia entre el lector y la autoría, captura la palabra de Freud como letra sagrada. La consigna reza: autorizarse en lo dicho omitiendo el decir de Freud. Prueba de ello son los ingentes elencos bibliográficos del texto de Freud en el uso o abuso de cierta garantía en la letra de Freud, que ofrecían hace un tiempo las publicaciones asociadas a la Internacional Psicoanalítica. No ha lugar la estrategia de construcción del texto en el acto de su lectura, si se supone todo dicho, sólo cabe oponerse o suscribir sin reservas el inmemorial freudiano. Se desestiman así dos de los descubrimientos más centrales del psicoanálisis: a) el objeto está perdido estructuralmente y b) la repetición se constituye en la diferencia.
Referencias
Freud. S (1914) Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. En Obras Completas. Vol. XIV (pp. 1-64) 1986. Buenos Aires Argentina: Amorrortu
López, H. (1994) Psicoanálisis: un discurso en movimiento: derivas del descubrimiento freudiano. Buenos Aires. Argentina: Editorial Biblos
[1] Lo real como registro en la teoría lacaniana. Lo imposible de simbolizar. Es la presencia y existencia propia no representable.
[2] El deseo del analista no es el deseo del Sujeto, sino la función lógica que opera en el marco del dispositivo psicoanalítico, y que, gracias al lugar vacío de goce que éste detenta, le permite operar con la pérdida, es decir con la causa del deseo del Otro. El lugar lógico del deseo del analista se ubica en el intervalo delimitado por la percepción y el deseo, allí mismo, entre la demanda y la necesidad, entre el enunciado y la enunciación, poniendo de manifiesto la “hiancia” fundamental que hace imposible, desde el punto de vista de la estructura, la designación significante de aquello que “falta”. El deseo del analista expone el deseo mismo, y encarna, pues su “oquedad” constitutiva; así, puede decirse que el deseo del analista es la “ falta” estructural puesta en acto en el seno mismo del dispositivo analítico.
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